"EL ULTRAJE"


La gran aventura de Aniceto en el Mundial de Qatar está a punto.
Yo os la cuento en menos de 40 páginas, incluso antes de que suceda.

"El Ultraje"
Poco fútbol y mucha intriga en la epopeya de un investigador al que adornan tremendas virtudes (que ahora mismo no recuerdo).

Lo podéis descargar en diferentes versiones y sabores:



 (este no lo he comprobado todavía)

Y también en una versión web con enlaces que hará las delicias de la tercera edad:


Dile a todo el mundo que en www.revenido.com daremos cosas gratis hasta que se nos acabe la paciencia o la vida (lo que llegue antes).



"EL ULTRAJE" - Historia completa

 

Doha (Qatar) - 17 de noviembre de 2022

3 días para la inauguración del Mundial de fútbol

 

La llamada

"¡Aniceto Martínez!" creo entender a la voz distorsionada de la megafonía del aeropuerto internacional de Doha.

Sé que dice “Aniceto Martínez” porque no hay nada más reconocible que el propio nombre. En ocasiones lo escucho en plena calle, como si alguien me llamara. Y me giro. Y no es nadie. Y es una pequeña decepción cotidiana. Pero no pasa nada. Estoy bien.

Ahora el sonido es real. Vuelvo a escucharlo otra vez, en medio de una frase en árabe.  No se trata de ninguna alucinación.

Mi nombre completo es Aniceto Martínez Silbato y soy español.

Muy español.

Miren ustedes si soy español que he escondido jamón serrano, chorizo y salchichón en el maletón grande de los trajes. Incluso llevo una longaniza furtiva en la funda de una flauta dentro del equipaje de mano, como el que esconde medio kilo de droga.

Facturar esa maleta ha sido un desafío al destino. Ya no hay marcha atrás. Por eso cuando suena mi nombre por la megafonía me pongo tan nervioso. La legislación de Qatar se opone firmemente a los derivados del cerdo.

En pocas palabras, son unos tristes.

Los guardias con gorra de plato han sido genéticamente diseñados para infundir terror. Tengo que mantener la calma, me digo sin convicción, disimulando los escalofríos.

La terminal es una palomitera ruidosa.

Pienso en “El expreso de medianoche” y otras películas carcelarias.

Pienso en la manera de huir sin mirar atrás, cruzando el desierto en un camello robado.

Me acerco a los guardias y confieso que soy ese Aniceto Martínez que reclama la megafonía. Me entienden y me dan un par de empujones que no necesitan traducción. "¿Te he empujao yo?" digo en español. En inglés, aclaro: "voy donde tú digas, jefe".

 

La profesión de mi padre, trapecista en el Circo Buenhumor, no permite saber con certeza el lugar exacto de mi nacimiento. Sólo sé que mi infancia se repartió entre todas las ciudades y pueblos de la piel de toro.

Soy titiritero de espíritu. En el circo aprendí un sinfín de oficios. Pertenezco a la estirpe Martinelli, trapecistas y equilibristas que actuaron en la boda de la reina Fabiola de Bélgica, y presumo de ser nieto del famoso clown Silbato, del dúo Viriato y Silbato, que estuvo a punto de grabar una actuación en la primera cadena, truncada por el golpe de estado fallido del 23-F. Quizás por eso, mi verdadera vocación ha sido siempre la seguridad.

"Eh, dónde se cree que va usted, caballero".

"Señora, no se cuele".

"No, los descuentos de 100 pesetas de las entradas no son acumulables".

En las puertas del circo di mis primeros pasos. Descubrí que ese trabajo no era fácil. Descubrí también que el tono de voz y el lenguaje corporal eran la clave.

Por eso al ver a los guardias del aeropuerto reconozco la excelencia. Me hacen sentir pequeño y dócil, aunque yo mida unos titánicos 180 centímetros.

Seguro que tienen sabuesos entrenados para detectar el contrabando cárnico, incluso cuando el jamón va envasado al vacío. He sido un iluso. He sido un mendrugo. Me acerco al mostrador dispuesto a negarlo todo.

 

Tras adquirir soltura en las puertas del circo y alcanzar la paz espiritual, decidí educar el cuerpo y la mente. Aprobé el examen de vigilante jurado, exploré las artes marciales y me apunté a clases de inglés.

Comenzó una fulgurante carrera. Veranos en Lloret de Mar, trabajos de detective a media jornada, hasta que a los 29 años fui reclutado por la organización religiosa más poderosa del mundo: la F.I.F.A.

Siempre he creído que mis apellidos de árbitro fueron un factor decisivo en el proceso de selección.

Mi inglés cantarín, metálico, como el de un robot algo corto de vocabulario, resulta suficiente para hacerme entender y descubrir la razón de la llamada.

Nadie habla allí de mi maleta. Me relajo.

El oficial de mayor graduación y máximo grosor de cejas me da un documento plastificado. "FIFA Safeguard", dice, y la repetición fricativa de la F genera un efecto aspersor que me llena la cara de microgotas de saliva. Entonces, sólo entonces, como en un flashback a cámara ultraràpida, recuerdo la pandemia pasada y, por una extraña asociación de ideas, a una novia con aparato dental que tuve en 2º de BUP.

 

“Maletas, hotel”, resume el guardia. “Tú, reunión de mundial”. OK.

Me río pensando en que van a escoltar hasta el hotel mi arcón de los trajes, la auténtica maleta de Troya. Me dejo llevar.

Me montan en un Chevrolet Tahoe negro que tiene blindado hasta el mechero. Recorro las calurosas calles de Doha, con su dicharachera normalidad, con sus utilitarios de marca Lamborghini y sus prudentes mujeres, protegiendo del sol cada milímetro de su cuerpo.

El chófer conduce rápido. Siento todavía vestigios del susto del aeropuerto en las rodillas. Bendigo el aire acondicionado de ese cachalote del asfalto.

Descubro que los niños no juegan al fútbol en las calles de Qatar. Seguramente estén jugando al fútbol callejero en las calles de algún videojuego.

Espera. Un momento. Estamos saliendo de Doha. ¿Qué ocurre? ¿A dónde me llevan?

 

 

El estadio

Pregunto a dónde vamos y obtengo como respuesta un gruñido.

“Si no me lo quieres decir, no me lo digas, pero vaya anfitriones…” murmuro.

El chófer me aclara que no gruñía, que vamos a Jor, al norte del país.

Veo la costa, veo los pozos petrolíferos, veo la noticia en los periódicos de mañana “Desaparece en misteriosas circunstancias un miembro destacado del staff de seguridad de la F.I.F.A.”

Pasamos un control. Luego otro y otro, hasta que el vehículo se detiene.

Reconozco inmediatamente el estadio Al Bayt, con ese diseño exterior que recuerda a una jaima, o a una de esas tiendas tradicionales de los beduinos, como quiera que se llamen.

El estadio Al Bayt es uno de los orgullos del emirato, con capacidad para más personas que habitantes tiene la ciudad de Jor, y conocido en todas partes por ser el estadio que va a albergar el partido inaugural del campeonato del mundo: Qatar contra Ecuador.

Mi cabeza recita los datos técnicos que he memorizado del folleto oficial durante el vuelo desde Suiza.

 

La concesión a Qatar del Mundial 2022 no estuvo exenta de cierta controversia. Que la elección se realizara cuatros años antes de que tocara hizo sospechar a la gente de algún minúsculo soborno.

La organización al mando de la candidatura, la Qatar Foundation, tuvo que sobornar a la prensa para acallar el soborno a los miembros del Comité Ejecutivo de la F.I.F.A.

Nadie puede negar su perseverancia en el soborno. Lo que funciona no hay que tocarlo.

Los jeques andan exultantes con su juguete. Los gerifaltes del deporte rey lo están también con sus cuentas en las Islas Caimán.

Es un marco win-win donde todos ganan. Por eso, me sorprende que, al entrar en el despacho del subdirector de la organización, Nasser Al-Khayata, descubro el abatimiento en su rostro.

Hay algo que va realmente mal. Se está rifando un marrón y yo tengo todos los números.

 

Assalamu Alaykum – saludo cortés.

– Pase, pase, no quede puerta  ̶  me hace un gesto con la cabeza, sin formalismos.

Su despacho tiene más de 80 metros cuadrados, mesa de billar, escupideras de mármol, grapadoras de plata y transportadores de ángulos de oro, una mesa de escritorio de caoba y, tras ella, el cuadro “Le Rêve” de Picasso, comprado a tocateja y sin subasta a un inversor judío por 200 millones de dólares. A su lado, un mapa de Qatar hecho con lentejas y un marco de macarrones.

Lo que más me impresiona de ese lugar es el enorme ventanal que da al campo, su particular palco VIP.

– Usted dirá – rompo el hielo, confundido.

– Ven conmigo – me toma del brazo y tira de mí hasta la cristalera.

– ¡Dios mío! – exclamo, desprovisto de mi natural templanza.

– Esto pasa – reconfirma.

 

 

De-césped-ado

El imponente y coqueto estadio espera reluciente a los 60.000 espectadores que llenarán sus gradas durante el partido inaugural del 20 de noviembre. Pero el césped... ¡el césped está hecho polvo!

Miro a mi interlocutor tratando de entender a qué se debe esta aberración de la jardinería.

Se lleva las manos a la ghutra, ese pañuelo manteliforme que adorna su cabeza, pone los ojos en blanco y dice algo confuso en árabe.

"Nadie sabe cómo suceder" añade un rato después, en su inglés tarzanesco. Está devastado y rabioso. Da una patada a un diamante del suelo.

Quedan tres días para que empiece el torneo. El Mundial es una cuestión de orgullo para este pequeño país del Golfo Pérsico. Sin embargo, en sus mismas narices, alguien ha labrado el campo de juego.

Hay dos pasadas largas de tractor por el verde, como si hubieran clavado un rastrillo gigante con saña, dejando heridas profundas de color tierra.

Calamitoso para un humano. Ejemplar para un topo.

Uñas clavadas en la espalda del fútbol. Laceraciones graves que no van a cicatrizar por sí mismas.

 

"¿Y las grabaciones?", pregunto. Siempre hay que confiar en las grabaciones.

Nasser Al-Khayata pulsa un botón de su mesa-escritorio. La pared se abre como en las películas de James Bond y aparece de la nada una pantalla de infinitas pulgadas.

Vemos los catorce vídeos de las catorce cámaras de seguridad.

Nada. Sólo niebla e interferencias.

Todas las cámaras de la ciudad han funcionado excepto las del estadio, me explica el prócer, y yo me empiezo a temer el peor escenario posible: sabotaje con malicia.

Me entra de nuevo el tembleque. Normalmente me llaman para supervisar la custodia del trofeo, la seguridad de los invitados, o para preparar los protocolos de evacuación, pero esto supera cualquier previsión antiterrorista.

"Con césped así, esférico no rueda", prosigue su letanía el Sr. Al-Khayata, "no tiki-taka".

Tengo la tentación de pedir el típico whisky doble de pensar, pero enseguida recuerdo en qué clase de país estoy.

Respiro fuerte y muy seguido. Me siento en una butaca de cuero de mamut. Es el momento de tomar decisiones.

 

 

Sacrilegio

El 20 de marzo de 1966, unos ladrones forzaron la puerta del Central Hall de Westminster y se llevaron el objeto más valioso del mundo, el Santo Grial de la era moderna: el trofeo de campeón del mundo de fútbol.

Ese verano se iba a disputar el Mundial en Inglaterra y la copa Jules Rimet estaba expuesta en Londres, entre mínimas medidas de seguridad.

Se montó un revuelo formidable y hubo gente que ni cenó.

"Eso no habría ocurrido nunca en Brasil. Hasta los ladrones brasileños aman el fútbol y nunca cometerían tal sacrilegio", declaró Abraim Tebet, de la Confederación Brasileña.

El cachondeo era general. Los inventores del fútbol juntaron dinero para ofrecer una recompensa, mientras la policía comenzaba una búsqueda contrarreloj.

Esa historia se cuenta con todo detalle en el cursillo de acceso a la F.I.F.A.; es imposible no haber pensado alguna ver qué hubiéramos hecho cada uno de los inspectores de la policía balompédica en una situación así.

Menuda responsabilidad. Menudo reto, también.

Mira por dónde, mi momento "robo de la Copa del Mundo" había llegado.

Qatar era protectorado británico en 1966. Ahí hay una curiosa conexión entre ambos hechos. ¿Qué hubiera hecho entonces la Flying Squad, los superlistos de Scotland Yard?

 

No estábamos ante un escándalo pintoresco, como el doping arreglado de Maradona en el Mundial 94 o el jeque de Kuwait que, en el Mundial 82, en Valladolid, saltó al campo para hacer entrar en razón a aquel colegiado soviético. Esto parecía algo orquestado para provocar el mayor daño posible.

Los malhechores de Londres resultaron ser ladrones de poca monta que quisieron negociar un rescate, entraron pronto en pánico y huyeron.

El caso se resolvió gracias a un perro doméstico llamado Pickles que encontró el trofeo dentro de un seto, envuelto en papel de periódico.

La reina pudo entregar la copa al campeón. El orgullo inglés quedó intacto.

 

Años después, 3 ladrones con nombres de tebeo, Chico Barbudo, Luis Bigode y Antonio Seta, robaron para siempre el trofeo de la sede la Confederación Brasileña de Fútbol, en Río de Janeiro, contradiciendo así lo que había dicho aquel preboste carioca años antes.

También en Brasil había gente dispuesta a cometer un sacrilegio. ¿Dónde estaba el límite?

 

 

Los enemigos

Suena el teléfono. Mi anfitrión tiene una acalorada conversación en su idioma que termina con el teléfono estampado en el suelo y un escupitajo.

Me mira. Se encoje de hombros. Imito el gesto.

Esa conexión gestual nos ahorra parte de la conversación. Él ya sabe cuál es la pregunta que pasa por mi cabeza: ¿ha habido alguna amenaza formal hacia el Mundial de Qatar?

Abre un maletín y saca un centenar de anónimos.

Abre otro maletín y me muestra otro centenar de amenazas firmadas.

Leo nombres pintorescos: Amnistía Internacional, el Consejo Metodista Mundial, la Asociación Nacional del Rifle, la Asociación de Amas de Casa de Miranda de Ebro, los Harlem Globetrotters…

Entre las misivas, un nombre familiar se repite muchas veces, el de la díscola “Off-Side”, la autodenominada Organización de Futbolistas Libres.

Bah. A esos nunca les gusta nada.

Queda claro que no todo el mundo está entregado a la causa. Tomo nota.

 

Cierro los ojos hasta ver luces. Busco en esas luces un patrón, una constelación conocida.

Mi reciente amigo, Nasser Al-Khayata, me está mirando, como si esperara alguna solución. De repente caigo en la cuenta. ¡Epa!, si yo no tengo nada que decidir. Que se apañen ellos. ¿No es su Mundial? pues con su pan se lo coman.

Sonrío aliviado. Si puedo ayudar, ayudaré. Pero a mí que me registren.

Recupero el control de la situación.

– ¿Cómo vais de presupuesto? – pregunto provocador - ¿Os quedan petrodólares?

– Tener dólares para sepultar a familia tuya entera – responde algo ofendido.

– Pues entonces... hala, a cambiar el césped deprisa y corriendo. Ya está.

– Poner césped nuevo... – titubea.

– Sí, como se hizo Iker Casillas en el pelo.

 

A última hora de la tarde llega en su Rolls-Royce el ayudante del jardinero real. Nos enseña el blueprint. Se remanga la kandora blanca nuclear y se toma un batido de vainilla, sin prisa.

Unos minutos después llegan los once ayudantes del ayudante, también con un Rolls-Royce cada uno. Nos abrazamos. Disparamos al aire con los Kalashnikov.

Una hora después llega el centenar de operarios filipinos esclavos sin derechos. Cargan con los tepes de césped.

"Llévales un poco de agua", me pide al cabo de un rato el secretario de uno de los viceayudantes señalando un botijo. Capataces nobles, con un corazón que no les cabe en el pecho.

 

¿Quién ha cometido esta tropelía? Nadie parece saberlo. Pero ya da igual porque, antes de que el sol se ponga, el parche estará colocado.

El Sr. Al-Khayata da órdenes estrictas a los miembros del equipo de vigilancia. Lo hace en árabe, pero ese gesto de llevarse el dedo índice al ojo es universal. Recalca sus palabras en plan "atentos, ¿eh? que no vuelva a pasar”.

Entonces me mira y da dos palmadas gritando: "¡La gala!"

Llego por fin a mi hotel y me pongo corriendo el esmoquin.

Siento que me aprieta un poco.

Me quito el esmoquin. Me quito la ropa que llevaba puesta antes. Me vuelvo a poner el esmoquin. Ahora sí.

Colonia de Antonio Banderas. Caramelo de eucalipto. Listo.

 

 

Las cosas de palacio

Una limusina me conduce al palacio del Emir. Es la fiesta benéfica del Mundial 2022. Entro gratis porque llevo mi placa de la F.I.F.A. y me mezclo entre la multitud.

La media de edad es de 72 años. El deporte es salud.

Aparece el emir emérito, Hamad bin Khalifa Al Thani, un señor imponente al que, no cabe duda, le gusta bastante el asunto de cenar.

Su bigotazo de macho alfa condiciona toda la presentación del evento. Los canapés se sirven boca abajo.

Veo llegar después al emir en vigor, Tamim bin Hamad Al Thani. El bigote es mucho más pequeño y sus hechuras y modales parecen europeos.

En los pies no lleva unas babuchas tradicionales sino unos Tom Ford con incrustaciones de nácar de 10.000 dólares, tan relucientes que podrían cegar a un incauto que los mirara fijamente más de dos segundos.

 

Pongo en práctica lo que aprendí en mi máster en camuflaje y neutralidad de la Pontificia Università Lateranense del Vaticano.

Hasta que doy un paso hacia atrás, hago tropezar a un camarero, la bandeja cae y resuena en el suelo como un gong. Todo el mundo me mira y tengo que escabullirme fingiendo una cojera.

Me parapeto detrás de un roll-up y observo a la marabunta informe desplegarse, como un banco de arenques.

Llegan los tiburones y el centro de la escena se despeja. Veo a una mujer exótica junto a mi presi, Gianni Infantino.

Se pasan el valioso trofeo del Mundial, de 5 kilos de oro y base de malaquita. Juguetean con él. Aparentan ser felices. Quizás demasiado felices.  

"¿Quién es?", le pregunto al ex-presidente de la U.E.F.A., Michel Platini, al que yo imaginaba en la cárcel pero que, evidentemente, no lo está, porque observo con mis propios ojos que lleva una borrachera elegante (estrategia de doble petaca, supongo).

– Es la antigua jequesa, Mozah – me responde en espanglish.

– Ya, claro - qué cachondo el franchute.

– No, no, que se llama así.

Miro embelesado a Mozah bint Nasser al-Missned.

Debe de tener 60 años, pero da igual, luce espléndida. Vestido de Valentino, pelo recogido cubierto por un pañuelo. Joyas en las joyas.

Veo que el presidente francés, Emmanuel Macron, también la mira de reojo. Esta fiesta se pone interesante.

Comienzan los regates y el intercambio de tarjetas (amarillas).

Hago lo que haría un buen español: salir a fumar. ¿Que no fumo? Pues empiezo.

 

 

Para-Doha

Noche tórrida. Vaya idea de bombero traer aquí un torneo de fútbol.

A las 4 de la tarde va a hacer un tiempo fabuloso para jugar al balón.

Quedan menos de 72 horas para el arranque. Tengo que sacarme de encima la tensión.

Una azafata vestida al estilo occidental (porque esta noche hipócrita las normas de protocolo parecen muy diferentes a las del día a día del país) me mira.

La miro. Me mira. Le guiño un ojo y viene directa hacia mí.

Me entrega una nota y se va.

Abro la cartulina doblaba. Leo en voz baja: "Le conviene encontrarse conmigo inmediatamente. Nos vemos en el hall de su hotel en 1 hora. Firmado: Rudi Völler".

¿Völler? ¿El carismático delantero alemán de finales de los 80 y principios de los 90?, ¿qué tripa se le habrá roto a ese ariete?

 

Sin llegar a asimilar la pregunta suena mi teléfono móvil. Es el cansino subdirector Nasser Al-Khayata. Está muy nervioso.

"¿Cómo?... trate de serenarse... ¿otra vez? ¿ha sucedido otra vez?"

Cuelgo y no puedo creerlo.

¿Cómo han podido volver a roturar un campo de fútbol hipervigilado a menos de tres días de la inauguración? Es de locos. Tengo que reunirme de inmediato con el grupo de seguridad de la F.I.F.A., pero... ¿y el meeting del hotel?

 

Por si no tuviera suficiente lío en la cabeza, veo tras una columna que alguien me llama. "Chssst chsssst".

Reconozco en la penumbra a la bella Mozah, la segunda mujer del ex-emir. Hace un gesto inequívoco con su mano derecha de "sígueme".

Yo no me inmuto. Ahora hace el gesto de "sígueme, hostia"

Ay. ¿Qué hago/digo?

Menudo trajín.  Mira tú si es malo el tabaco.

 

 

Harén-gas

Respiro hondo. Si el ataque es real y han vuelto a destrozar el césped del estadio inaugural, está a punto de liarse una muy gorda.

Alguien está poniendo en jaque ("en jeque" repite como un eco mi subconsciente travieso) algo aparentemente intocable como es el Mundial de fútbol.

Comprendo, sin embargo, que en ese momento mi trabajo o la intriga por la cita en el hotel quedan en segundo plano. Cuando una mujer como Mozah te invita a seguirla por los recovecos del Gran Palacio del Emir, vas.

 

Estoy seguro de que hay alguna ley que pone en peligro la unión entre mi cabeza y el tronco en ese preciso momento.

No me importa.

Ella camina con paso firme, su cuerpo se ondula con maneras elegantes de pantera.

Mientras mi cerebro piensa "pídeme lo que quieras" ella ordena:

– Ponte esto.

– Pero es ropa de mujer – observo.

– Ponte esto, por favor.

 

Me explica que vamos a entrar en el harén secreto del Emir emérito y me explota la cabeza (no literal). ¡El harén secreto!

– ¿Pero no tiene su alteza ya tres esposas? – le pregunto.

– ¿Y qué tendrá eso que ver? – dice mientras me ayuda a ponerme el disfraz.

– No, nada... es raro... ¿no siente celos de...?

– ¿Celosa yo? ¡Ja! – me interrumpe – Cualquiera que me evite yacer con ese león marino es mi aliada, ¿qué digo aliada? esas chicas son como mis hermanas pequeñas. Las recluta una agencia de modelos canadiense y firman un contrato de seis meses. Se les acaba tomando cariño.

Asiento, obediente, y cruzo con mi anfitriona la puerta prohibida.

Es un doble o nada.

Como sólo tengo una cabeza y un cuello, siento que no arriesgo mucho más que antes.

 

Las estancias son magníficas. Seguro que el equipo de decoradores había planeado que el palacio tuviera un desenfadado look palaciego. Con rotundo éxito.

Si hubiera un Ikea de palacios sería así. La alhambra hecha con Tente. Hay tanta muselina y tanto terciopelo que me gustaría rozarme con todo, como un gato mimoso en “Las mil y una noches”.

 

Nos recibe la Odalisca Jefe, Zaida. Sus curvas rotundas, su voluptuosidad, expanden mi alma y contraen mis esfínteres.

Al contrario que la ex-jequesa, Zaida me trata con extrema dulzura. Me abraza tiernamente y siento, arrullado entre sus pechos, que el amor llega a mí.

Sí, estoy enamorado. Esta vez de verdad.

Interpreto que me necesitan para algo. Quieren resolver algún tipo de problema, pero todavía no me han dicho cuál.

Recorremos las estancias con piscinas y flores aromáticas. Veo hermosas mujeres con túnicas semitransparentes y bikinis caros (todavía con la etiqueta).

– ¿Cómo pasáis el rato? – le pregunto a la dulce encargada del serrallo y escucho gruñir a Mozah bint etcétera etcétera.

– Como se puede, hijo. Jugando al parchís, ensayando coreografías de TikTok...

Llegamos a lo que parece la puerta de un baño. No un baño turco sino algo más prosaico, un baño normal con doble pestillo.

– Usted es español - me habla la mujer del "emírito" – y una especie de policía también. Pues ayúdenos. Se ha encerrado en el baño desde hace dos horas y nos estamos asustando.

 

 

Sara

Golpeo la puerta con los nudillos.

"Se llama Sara", dice la odalisca, "sólo lleva tres días aquí y no sabemos qué le pasa".

No entendían lo que decía. Era española y había puesto en su currículum "inglés hablado y escrito: nivel medio". Resulta que era una trola como un piano.

– Sara... – llamo desde el exterior. Sólo se escucha un terrible silencio. – Sara, no hagas ninguna tontería. Hablo tu idioma, déjame pasar.

Veo que la puerta se entreabre y me cuelo por la rendija como un contorsionista (de algo me tiene que servir haber nacido en un circo).

 

Espero encontrar a una mujer atormentada y me encuentro algo muy diferente. Una sonrisa pícara me atraviesa zigzagueando las vísceras, relámpago de magnesio, rediós-grafía.

Es... es casi un ángel. Sara es como Adriana Lima, pero en guapa. No se sorprende al verme vestido de mujer.

– Por fin un poco de ayuda – dice en castellano y vuelve a sonreír.

El tiempo se detiene. Asciendo al ático amueblado del amor. Ahora sí que sí, ahora es de verdad. Sé que quiero estar con ella el resto de mi vida.

– ¿Qué tal por Qatar?, ¿te tratan bien? – le digo. La tensión sexual no me ayuda a la elegir las frases con criterio.

– Ata esto en alguna parte. Nos vamos – me da una especie de cuerda hecha con cortinajes anudados.

Le explico cómo hacerlo con cierto orgullo (de algo me tiene que servir haber nacido en un circo). Me estoy metiendo en la boda del lobo. Lo sé. Mi instinto avisa haciendo sonar su claxon de camión.

 

Nuestros pies alcanzan el suelo. ¿Cómo vamos a salir de aquí?, pienso. "Por la cetrería", responde ella como si me escuchara por dentro.

– El cetrero real me debe un favor – insiste.

– Pero si llevas tres días aquí...

– Mejor no preguntes.

Desde lejos, con mi vestido de mujer, debo de parecer su madre enferma. Por eso entiendo la sorpresa del encargado.

Las rapaces reposan serenas, con los ojos tapados. Sólo hay una que se contonea inquieta. Intento acariciarla y me da un picotazo.

"¡Puto halcón!", grito en inglés. "No es un halcón", me aclara Sara, "es un alimoche".

Claro, por eso me ataca, porque sabe que soy hombre muerto, carroña andante. ¿Quién me mandaría a mí meterme en estos fregaos, Virgen Santa?

 

 

A refugio

Ya en el exterior del recinto me quito los ropajes y los arrojo a una papelera. Con el esmoquin estoy algo más digno.

Son las 2 de la mañana. Necesito un refugio concurrido y caótico para pasar desapercibido. El hotel donde me hospedo junto al resto de la organización parece adecuado a ese fin.

Miro a todas partes al cruzar el umbral. En el vestíbulo nadie nos mira, y eso también me parece sospechoso.

Ella sube conmigo en el ascensor, todavía sonriente, liberada.

– Tú me tienes que contar algunas cosas – le digo por decir algo.

– Lo que tú quieras, mi héroe – responde.

Cierro la puerta de la habitación. La suite más cochambrosa de ese hotel qatarí es mejor que mi casa en Zurich. No me acostumbro al lujo y me da reparo manchar y revolver.

Sé, sin embargo, que es el lugar idóneo para impresionar a alguien. Y con ella parece estar funcionando. Me mira incitante mientras me quito la chaqueta, el pantalón, la camisa, los zapatos en un asombroso truco de magia (de algo me tiene que servir haber nacido en un circo).

Dice "¡oh!", abriendo mucho la boca. Es perfecta. La criatura más hermosa que... espera espera... ¿no será un sueño?

Me pellizco. Es real. Todo esto es real.

Me vuelvo a pellizcar. Umm, duele, pero me gusta.

Ella permanece mirándome con sonrisa desafiante. Cuando estoy a un palmo de su cara... ¡Toc!¡toc!¡toc!

Llaman a la puerta muy fuerte.

¿Quién viene a buscarme? ¿mis colegas de la F.I.F.A.? ¿La sanguinaria guardia personal del Emir? ¿Rudi Völler?

– Abre o me veré obligado a tirar la puerta abajo – amenaza en inglés un hombre de acento indefinido.

 

Mi cabeza se debate entre abrir la puerta o sacarle brillo a esa doncella descarriada. Lo tengo a huevo, pero no puedo correr más riesgos. Además, a los equipos de seguridad del emirato no les ha podido dar tiempo a procesar tan pronto la fuga.

Tras esa puerta me espera una información importante. Mi instinto me lo dice.

– Escóndete en el baño – le ordeno.

Ella sonríe y obedece como si todo formara parte de un juego.

– Me voy a marchar contigo ¿verdad? – dice y me tiembla todo. Criatura...

¡Toc!¡toc!¡toc!, insiste el visitante.

Me quito la poca ropa que me quedaba y me anudo una toalla a la cintura.

 

 

Once linternas

Abro la puerta y encuentro a un tipo al que he visto una o dos veces en mi vida. Si la memoria no me falla, su nombre es Jesse Van Elst, un holandés de la U.E.F.A., el clásico tocapelotas.

– Creía que te había pasado algo – dice el tío. Uff… menudo imbécil.

– Ya ves que estoy bien, sólo me estaba duchando.

– Pero si no estás mojado - ¡touché!

– Limpieza en seco, amigo. Cómo se nota que has estado en pocos hoteles de siete estrellas...

 

Me exige que vaya con él hasta la sala de conferencias. Agarro un pantalón corto y un niqui.

– Esto... ¿puedo usar tu baño? – me pregunta de repente.

– ¡No!

– ¿Eh?

– No, digo que mejor no te acerques. Está en cuarentena. Hay un invierno nuclear allí dentro. – Qué poco ha faltado. Por suerte, entiende la metáfora a la primera.

Me calzo las chanclas y le sigo por el pasillo, vestido como un mamarracho (otra vez) y con un hemisferio del cerebro atento a sus palabras y el otro pensando en la chica. ¿Sabrá mantener la calma?

 

Del gabinete de crisis quedan sólo las cenizas. Veo a Nasser Al-Khayata en el fondo de la sala, leyendo atentamente el informe, compungido.

"Enséñame esas imágenes", le pido a Jesse.

Me explica que en las nuevas grabaciones hay tres fotogramas que se han librado de las interferencias. Esperaba más, pero me aferro rápido a esa primera certeza en horas.

– Son once personas... ¿lo ves? Mira allí las luces de las linternas. – Cuento con los dedos y le doy la razón.

Pienso en Sara (otra vez) ¿Cómo voy a sacar del país a una fugitiva sin pasaporte? Es un escenario de manicomio.

– ¿Sólo tenemos once luces? ¿Nada más? – Bah, ninjas con linterna, brigadas de Al-Qaeda con frontales en la cabeza... si no fuera porque está en juego la reputación de mi empresa y, de paso, la reputación de un adinerado país, diría que estamos reviviendo un álbum de Mortadelo y Filemón. – Once... ajá… quizás el número no sea casual.

– Hay otro hilo del que tirar – añade, teatral. – Pero, para ello, un agente tiene que desplazarse inmediatamente a España.

– ¡Me presento voluntario! – esa es la oportunidad que estaba esperando – ¡Yo mismo conduciré la avioneta!

 

 

Tardienta (España), 18 de noviembre de 2022

2 días para la inauguración del Mundial de fútbol

 

El ultraje

Aterrizamos en el aeropuerto abandonado de Huesca. Hay una Seat Trans blanca esperándome, con las llaves puestas y rotulada con un logo gigante de la F.I.F.A. Entramos en la furgoneta, mi acompañante y yo. Recorremos silenciosamente el camino al hotel.

Con la urgencia de mi partida no ha sido difícil camuflar a la muchacha dentro de mi arcón. A cambio, he tenido que abandonar en Doha el embutido y mi colección de sombreros.

 

El hotel es pintoresco y a Sara le “superencanta”. Según dice la reseña de internet tiene “toda clase de comodidades, un verdadero lujo oriental".

Sonrío al ver la fuente del patio, los cojines por todas partes, la grifería árabe. Hasta algún dromedario me ha parecido oler.

Estamos en una habitación excavada en la montaña, a las puertas del desierto de Monegros. Me dejo acunar por la simetría al tumbarme en la cama.

Estoy aliviado por haber escapado de Qatar con el cuello intacto, pero tan cansado que mis párpados se cierran. Sara, zalamera, me busca.

"Sarazade, por favor, déjame dormir un rato, que no estoy para cuentos", le digo.

 

Siestón de dos horas, ducha húmeda, me enfundo el abrigo y salgo a investigar.

Me duele en el alma dejar otra vez en la habitación a ese magnífico espécimen de la naturaleza, pero tengo toda la vida para ella y el Mundial está en plena cuenta atrás.

 

Lo que había visto en las filminas del campo de fútbol de Tardienta que me había enseñado el holandés, era una réplica exacta del destrozo del estadio Al Bayt.

Pregunto por las calles del pueblo y veo que el tema todavía escuece.

"¡Fue un ultraje!", me grita un viandante enfurecido.

Eso era exactamente, un ultraje, hacer el mayor daño posible a posta y con desprecio.

Hasta el obispo de Huesca había escrito una emotiva pastoral reprobando la gamberrada e hilando con maestría la idea de que Santa Quiteria, que da nombre al estadio, es abogada contra la rabia.

Recojo todos los testimonios que puedo. "No me jodas", "hay que ser canalla", "araron donde más nos duele", "no hay derecho", "con esto no se bromea"... y compruebo que la mayor parte de las sospechas de Tardienta recaen en el pueblo vecino: Almudévar.

– Pero no se ha podido demostrar nada – intento usar la lógica del investigador contra la profusión de acusaciones.

– Qué pruebas ni qué pruebas. Ya te digo yo que fueron esos modorros. Ya vendrán pa fiestas, ya...

Reconozco que estoy fascinado por el paralelismo.

¿Puede plagiarse el modus operandi sin compartir la autoría? Porque no se entiende qué roce han podido tener con el emirato de Qatar los habitantes de Almudévar.

 

Almudévar me suena a arabismo. Hago una rápida búsqueda en internet y encuentro que es un topónimo que significa "el redondo" y alude a la forma ovalada del lugar en el que se asentaba su castillo.

Salvo en la forma ovalada de Qatar, compruebo en el mapa, no existe otra relación.

No, ese no era el enfoque correcto.

Tal vez todo sea mucho más sencillo, pienso. Es una regla de tres. Tardienta es a Almudévar lo que Qatar es a X.

Lo que tengo que encontrar precisamente es el Almudévar de Qatar. ¿Pero quién es?

Reflexiono despacio hasta que caigo.

¡Los Emiratos Árabes Unidos!

Claro. Chasqueo los dedos. Todo encaja.

 

 

La subasta

Llego al hotel pensando en cómo reportar a la F.I.F.A. mi corazonada.

La recepcionista me está esperando. "A ver, usted, don Aniceto Martínez Silbato ¿verdad?"

Me entrega un telegrama de Mozah.

Lo leo: "Tienes algo que nos pertenece (stop) Salimos a buscarte (stop) Entrégate sin pelear (stop) Si el Emir se entera, estamos todos muertos".

Glup. Trago saliva.

Antes de que alguien de la F.I.F.A. me traicione, tendría que llamar a la jequesa por teléfono y darle mi versión de los hechos.

Tal vez se me permita canjear a Sara por la información que acabo de descubrir.

"Siguiente nota". La recepcionista me entrega una cartulina doblada de una forma que creo reconocer. "Es del señor Jurgen Klinsmann; pide formalmente que se reúna con él en esta dirección".

¿Cómo? ¿Klinsmann? ¿Otro delantero alemán de los 80-90? ¿pero qué demonios está pasando aquí?

"La última es de su compañera de habitación", la recepcionista se expresa con maestría.

Me entrega un sobre cerrado que casi destrozo al abrirlo.

"Estoy ansiosa por recorrer con mi lengua el paseo marítimo de tu piel. Tuya en cuerpo y alma, S."

 

Me reconozco frente al espejo cada mañana como un cuarentón con pelazo, no exento de atractivo. Estas cosas pasan. A mí no, pero pasan.

Me quedo unos minutos con las tres tarjetas en la mano, como si yo fuera un concursante del Un Dos Tres.

¿Dónde estará la calabaza?

 

 

Encaje

"Estoy ansiosa por recorrer con mi lengua el paseo marítimo de tu piel. Tuya en cuerpo y alma, S."

Yo desato pasiones, tal vez también irritaciones y sarpullidos, pero admito que la frase suena a exageración.

Y las hipérboles hay que comprobarlas ¿no?

Ha anochecido. Qué importa que me queden tantas cosas por descubrir. Mañana será otro día.

En el patio central, con el arrullo de la fuente, pienso en lo rápido que se me ha complicado la vida. Yo esperaba un mes aburrido en Qatar y ahora soy un enemigo del emirato, benefactor confundido y enamorado de mi Helena de Troya.

En el pasillo que lleva a la habitación ensayo otra fantasía: la del agente de seguridad que, después de todo un día investigando, llega a su hogar, donde su bella mujer le espera con el pan recién horneado.

Lo excepcional de esta fantasía es que estoy a punto de hacerla realidad.

 

Frente a la puerta, me sobrecoge una premonición. ¡Es una trampa! Sin embargo, abro mecánicamente, doy tres pasos y cierro.

Mi cerebro ya es como una impresora a la que le cuesta demasiado cancelar las órdenes iniciales.

Dentro, la penumbra sólo me permite reconocer la cama deshecha y poco más. Me quedo en silencio. Escucho mi respiración acelerándose.

Mis ojos se acostumbran poco a poco a la falta de luz y reconozco el bulto de una persona tras las cortinas.

Me acerco sigilosamente. Doy un tirón brusco que deja entrar el tenue reflejo de los candiles del patio y ofrece a mis ojos una imagen que me provoca el hipo y, una centésima de segundo después, me lo quita.

 

Sara me mira, se contonea semidesnuda, incitante, con su lencería de encaje, con sus medias y su liguero. Es como un anuncio.

En realidad, si es un anuncio está funcionando, ya estoy dispuesto a comprar lo que me venda.

Me toma de la mano, risueña y me conduce a la cama.

Esas bragas son de un material tan delicado que, horas después, perdurará en ellas mi mordedura como un molde dental.

Hacemos el amor, sí. Bueno, en realidad hacemos el amor mientras follamos. Al principio tengo miedo de romper su frágil espalda, pero ella me araña, me desafía, me enerva como un purasangre; para acabar domándome, amazona elegante, cowboy de rodeo (pero sin rodeos).

En el segundo asalto beso la lona. O más bien la moqueta de la habitación, por la que rodamos sin control.

Su piel es suave como la porcelana, un imán para mis manos. Eso es. Magnetismo animal, celo perpetuo, el calor húmedo del magma primigenio del centro de la Tierra y su extraña belleza de otro planeta.

Por la mañana la hago mía en la ducha.

Me hace suyo frente al espejo del armario.

Mezclamos nuestras moléculas, amantes efervescentes que se duermen abrazados y despiertan con los pelos de punta por la electricidad estática.

 

 

Tardienta (España). 19 de noviembre de 2022

1 día para la inauguración del Mundial de fútbol

 

Eclipse mental

A media tarde, desfallecidos, pedimos algo de comida y la devoramos antes de que caiga en la mesa, como pirañas.

Ella se pasea desnuda por la habitación y cada uno de sus gestos, de sus parpadeos, me provoca amnesia. Me cuesta entender por qué estoy en Tardienta esa tarde del 19 de noviembre, o la clase de peligros que me acechan.

Sólo cuando Sara entra en la ducha, cuando la pierdo de vista, puedo reflexionar.

¿De verdad no hay ninguna relación entre el comando roturador que ha actuado en Qatar (once personas, por lo menos) y el que atacó en Tardienta?

No tendría lógica que así fuera, pero las marcas son idénticas.

¿Y si alguien había utilizado el campo de fútbol de este pueblo más o menos anónimo como un campo de pruebas? Un ensayo general, igual que en el teatro.

 

La idea no es mala, pero tiene muchos cabos sueltos.

¿Por qué elegir Tardienta? Lo investigo deprisa y descubro que Tardienta es, curiosamente, un nudo ferroviario destacado desde hace muchísimo tiempo. Por eso es el municipio más pequeño de España con una parada de AVE.

No parece una mala elección logística.

La teoría toma cuerpo hasta que Sara irrumpe de nuevo en mi ángulo visual, con el pelo mojado, con una toalla-farsa cubriéndole el cuerpo.

La toalla apenas soporta las primeras escaramuzas de mi asedio. Caen las murallas de Jerusalén y, poco después, el Templo es profanado.

 

Asalto el minibar para servirme un whisky de pensar y me coloco de espaldas a ella para hablar por teléfono con Qatar. Mido con cuidado mis palabras.

El Sr. Al-Khayata me explica que el césped de repuesto ha sido colocado de nuevo.

Mañana es la inauguración del Mundial y le digo "rezo porque esta noche no vuelva a suceder". Eso sí que sería irremediable. El ejército va a custodiar las instalaciones, me explica. Nada puede salir mal.

 

Cuelgo. Me doy la vuelta y veo a Sara vestida (por primera vez en muchas horas). Está sentada en la cama, con las piernas cruzadas.

– No pasará nada – me dice muy seria.

– ¿Cómo?

– Lo del estadio. No pasará esta noche, te lo aseguro.

Miro a la chica con extrañeza, como si no hubieran ocurrido cosas muchísima más insólitas en las últimas jornadas.

¿Pero qué demonios sabe ella sobre este asunto?, me pregunto para mis adentros.

 

 

Doha (Qatar). 19 de noviembre de 2022

            1 día para la inauguración del Mundial de fútbol

 

Pega-tinas

Uno de los influencers, ¿se dice así?, más importantes del mundo es mexicano. Su especialidad son los viajes y la imitación de monumentos.

Va a Pisa e imita la Torre de Pisa. La gente se parte.

Es sencillo, pero funciona.

Va al British Museum e imita a los sarcófagos egipcios cruzando los brazos así...

464.000 viewers se mean de risa.

Con su esposa, también célebre en Instagram por sus dioramas con furbys, imitaron a la Estatua de la Liberad (él era el pedestal).

@Mono_mentto, que así se llama el fulano, está en Doha invitado por la organización para ver varios partidos y para grabar una imitación de la Aspire Tower.

No sabía entonces que iba a vivir la experiencia más desagradable de su vida.

 

“No grabe allí”, le dice uno de la secreta. “Grabe allá”.

Julián Iturbe, a.k.a. “Mono_mentto”, no hace caso y el policía le sacude un par de sopapos, le arrebata el teléfono de las manos y lo parte con unos alicates gigantes.

El agente no sabe que, en el momento del abuso policial, las imágenes se están emitiendo en directo y hay más de 1 millón de zascandiles conectados al stream.

La gente se empieza a preguntar qué sucede, los rumores sobre la detención, tortura y muerte del mexicano se extienden como un incendio.

Es info exagerada, por supuesto. Salvo un par de moratones, todo se aclara rápido.

Pero qué importa eso a estas alturas de la crisis reputacional que acaba de estallarle en la cara al departamento de relaciones públicas del Mundial.

Además, en la segunda ola de viralidad, la gente se pregunta ¿qué es eso que @Mono_mentto estaba mostrando y el país árabe trata de mantener oculto?

 

Diseccionando el vídeo se ve que, antes de la desafortunada intervención policial, el streamer enseña a cámara unas pegatinas que han eclosionado por todas las sedes del Mundial: Doha, Jor, Al Wakrah, Rayán y Lusail.

En las pegatinas se lee Off-Side.

Al acercar y enfocar su móvil se lee una amenaza “Vamos a por vosotros, Qatar 2022”.

Advertencia en la que nadie había reparado y se ha acabado convirtiendo en el centro del debate internacional.

¿Qué es la Off-Side?

Esa es la tendencia de búsqueda más importante del día.

Y poco se sabe de esa misteriosa organización, porque lo único que se encuentra en Google es gente hablando de que está buscando información sobre Off-Side y sólo se encuentra a otra gente hablando de que está buscando información sobre Off-Side.

Bucle autorreferencial.

 

 

Tardienta (España). 19 de noviembre de 2022

1 día para la inauguración del Mundial de fútbol

 

A-qatar

La teoría del "campo de pruebas" sigue viva en mi mente. El esfuerzo cerebral está siendo grande y la sangre de mi organismo no puede estar en todas partes al mismo tiempo.

Necesito salir a la calle y caminar para terminar de comprobar la solidez de mis teorías.

El deseo saciado me hace un poco menos vulnerable al influjo de Sara, pero me sigue costando concentrarme.

– Tal vez salga a dar un...

– No - interrumpe, tajante.

– Sólo un paseo, a que me dé el...

– No.

– ¿No puedo salir a...?

– No.

Se levanta a correr las cortinas y a colocar una especie de candado sofisticado en la puerta. Luego arranca el cable del teléfono.

– ¿Qué pasa, corazoncito? – indago.

– Es mejor que nos quedemos aquí. Tómatelo como un secuestro – aclara.

– ¿Un secuestro de amor?

– Claro, a eso me refiero, un secuestro de amor. Pero vamos, también un secuestro normal.

 

He empezado a practicar la mayor parte de las artes marciales que existen. Sin embargo, me siento incapaz de utilizar mi potencial destructivo contra ella. O tal vez contra nadie, porque nunca he pasado del cinturón naranja en ninguna de las disciplinas.

Me acabo el whisky de un trago.

"¿Qué hacemos entonces?", digo, "¿vemos la tele?"

Ella se acerca gateando hasta mí, se coloca entre mis piernas, hurga entre ellas y enrosca la antena de mi radio.

Estoy preso del estupor.

Es el mejor secuestro de la historia.

 


Tardienta (España). 20 de noviembre de 2022

6 horas para la inauguración del Mundial de fútbol

 

La paciencia del león

Ella ha salido a por provisiones y ahora me toca a mí aburrirme.

Es lo mínimo que puedo hacer por Sara después de todas las horas muertas que ha pasado esperándome estos días.

Me siento como un león confiando en el regreso de su hembra, que ha salido a cazar un antílope en oferta.

También es verdad que no sé abrir ese cerrojo extraño que ha colocado en la puerta. Además, me ha escondido el móvil y me ha colocado en el cuello uno de esos dispositivos para educación canina que dan descargas eléctricas cuando los perros ladran.

Estoy secuestrado.

Tengo que aceptar sus precauciones, aunque mi palabra hubiera bastado.

No es que el éxito de la Copa del Mundo me preocupe ahora. El fútbol es un deporte corrupto en todos los niveles. Si por algo deseo que salga todo bien es por preservar la ilusión de los niños.

Su generación necesita un Naranjito. Aunque la mascota de este año, un dátil con turbante llamado Sahir, no haya sido muy acertada.

 

Sara llega, tan hermosa y dulce como siempre.

Me besa. Me arranca la ropa y, por último, me quita el collar del cuello.

"Me gustas con esto puesto, pero estoy segura de que voy a gritar".

Comemos fruta, con manos y sin manos. Nos reímos.

Le pregunto por la razón exacta de mi secuestro. Me dice que espere un poco, que ya lo descubriré.

Nos entra la modorra y nos dormimos un rato. Todo está en paz. No sucede nada, absolutamente nada.


 

 

Doha (Qatar). 20 de noviembre de 2022

2 horas para la inauguración del Mundial de fútbol

 

Her-Mozah

Los testigos sitúan a la segunda mujer del antiguo Emir lejos del Estadio Al Bayt. Los servicios de inteligencia consideran su ausencia en la lista de invitados al partido inaugural como una anomalía.

Luego, pensándolo mejor, apartan el foco de esya situación ya que la ex-jequesa nunca ha sido muy aficionada al fútbol y carece de un papel relevante en la organización, exceptuando las galas benéficas, rifas o tómbolas.

Mozah ha estado comprando en la tienda infantil de Rólex, ha vuelto a tiempo al palacio y se ha sentado a ver la ceremonia.

Salvo por las miradas compulsivas a su móvil de platino, su comportamiento es catalogado como “normal” por el becario-espía disfrazado de cáctus encargado de su seguimiento.

 

 

Jor (Qatar)

2 horas para la inauguración del Mundial de fútbol

 

El cromo

El Emir, Tamim bin Hamad Al Thani, bebe un té frío en una estancia privada del estadio, mientras hojea su álbum de cromos Panini del Mundial.

Le falta uno. Ladea la cabeza. Se le escapa una sonrisilla.

Precisamente le falta el de Kylian Mbappé.

Agarra el taco de los cromos repes, apura el vaso y sale a la recepción oficial. Han venido mandatarios de todos los confines del planeta.

Coloca los cromos dentro del falso bolsillo interior de su thoub blanco (65% algodón, 35% poliéster). Imposible que entre todos los presentes no encuentre a alguien que tenga repetido el cromo de Mbappé.

A unos metros de allí, el subdirector Nasser Al-Khayata respira aliviado en la previa del partido. Siente que la orilla está cerca y su esfuerzo va a ser recompensado.

Mira al césped desde el ventanal de su despacho. Verde, impoluto, alfombra mágica, pubis arregladito.

El partido va a jugarse sin mayores percances.

Nasser Al-Khayata guarda las cápsulas de cianuro en el cajón. Mira de reojo el móvil. Vaya. Tiene un email.

 

“Estimado Comité Organizador del Mundial de Qatar,

                        Desde Off-Side, Organización de Futbolistas Libres, vamos a tomar medidas rotundas ante la falta de respuesta a nuestra demanda unilateral de suspender el campeonato mundial de fútbol, formulada en señal de respeto a los más de seis mil trabajadores muertos en la construcción de los estadios.

Habéis tenido tiempo de rectificar, mas no la voluntad. Por eso el tiempo de la clemencia se ha terminado.

Las medidas antimundial se han preparado minuciosamente durante meses. Las detallamos a continuación. No habrá clemencia:

  1. Continuará la invasión de pegatinas. Vigilad vuestras espaldas.
  2.  Hemos creado un hashtag: #NoQatarWorldCup y sabemos cómo usarlo.
  3. Cantaremos gol cuando no toque en las redes sociales, incluidas las de mensajería instantánea, para generar la máxima confusión. En aquellos lugares en que los goles de la selección local se celebren con lanzamiento de cohetes y petardos, generaremos falsas expectativas entre la población, contribuyendo a un clima de desconfianza y desazón.
  4.  Hemos organizado un campeonato de futbito alternativo, que se va a celebrar en una sede confidencial y va a contar con la participación de viejas glorias del fútbol y de la canción ligera.
  5. La más importante. Mediante una acción de sabotaje planificada al detalle, hemos suprimido de todos los sobres de Panini del Mundial el cromo de uno de los jugadores participantes. Nadie va a poder conseguirlo. Nadie va a poder completar su colección. Abandonen toda esperanza.

Que el sufrimiento ocasionado sirva de aprendizaje.

Un cordial saludo

 

Fdo.  Thomas Gravesen

            Director-gerente de Off-Side (Organización de Futbolistas Libres)”

 

 

Tardienta (España). 20 de noviembre de 2022

2 horas para la inauguración del Mundial de fútbol

 

La puerta

Son las 3 de la tarde y empezamos a desperezarnos. Alguien llama a la puerta y Sara se incorpora como un setter en estado de alerta.

Se acerca y pregunta.

- Servicio de habitaciones - responde una voz con un claro deje extranjero.

Ella se lo piensa.

Si no quiere llamar la atención va a tener que abrir.

 

Sé diferenciar a primera vista a un empleado de hotel de tres sicarios armados hasta los dientes. Y los que irrumpen en la habitación se parecen bastante a lo segundo.

Gritan consignas en árabe. Nos apuntan con sus fusiles de asalto.

Reacciono tumbándome en el suelo, con las manos en la nuca y la cara hundida en la moqueta. Es el fin de nuestra aventura.

Mozah ha cumplido la amenaza y ha enviado a sus hombres. Se veía venir.

Me atormento con estas ideas, tirado en el suelo como un gusano, hasta que me doy cuenta de que ya no se escuchan gritos.

Levanto la mirada con mucho miedo y veo a los tres sicarios neutralizados, en cuclillas, mientras ella les apunta con uno de sus propios AK-47.

Vuelven a maldecir y Sara manda callar de manera tajante, con una enérgica parrafada en árabe que me deja en shock.

Pero... pero...

"Son del servicio secreto qatarí", me aclara ella en cuanto termina de atarlos en círculo, con las espaldas pegadas, como en las películas.

Bloquea la puerta de nuevo. Sigo secuestrado por una especie de diosa sexual entrenada para matar, y ahora comparto cautiverio (que no status, porque a mí ella me quiere) con tres mercenarios.

No sé si hemos ido a mejor o a peor.

 

¡Toc!¡Toc!¡Toc! Llaman a la puerta otra vez.

Me vuelvo a acojonar. Yo soy así, un apenao.

Habla un hombre. "Aniceto, abre la puerta, por favor".

Reconozco ese inglés de acento indefinido. Aviso a Sara. "Ata a éste también, que es muy pesao".

La belleza espectacular que abre la puerta deja a Jesse Van Elst desconcertado. Cuando le retuerce el brazo y le hace caer de rodillas es todavía mejor.

– Sr. Martínez, haga algo – me dice.

– Él no está al mando. Quédese quieto y mantenga la boca cerrada – responde ella en perfecto inglés.

¿También habla inglés?

Coloca al holandés junto a los qataríes.

En otra parte de la habitación hacemos un montículo con armas de fuego, cuchillos, localizadores, móviles y walkie-talkies.

 

– Hablas inglés – le digo.

– Sí, parece que sí – contesta y sonríe.

– Pero entonces, en el harén...

– Fingía. Pensamos que era la mejor forma de que me encontrara contigo. Es una cuestión de estadística que fue estudiada arduamente – responde como si nada.

– ¿Estudiada?

– Mi misión es neutralizarte – afirma y mi corazón salta en pedazos.

– ¿Y quién te ha dado esa misión?

– Todo a su debido tiempo, cariño.

 

 

Camarote

Como me quedo un poco alicaído me propone sexo salvaje. Pero no, estoy demasiado aturdido por la confesión. Además, no puedo hacerlo con toda esa gente mirando.

El agente de la U.E.F.A. explica que le han enviado hasta aquí para meter las narices en mi investigación.

"¿Quién fue? ¿lo sabes? Sí, yo creo que lo sabes, pero no me lo quieres contar. ¿Los Emiratos Árabes Unidos? ¿eh? Han sido ellos ¿verdad?"

Le meto unos slips (limpios) en la boca para que se calle.

 

Alguien vuelve a llamar delicadamente a la puerta de nuestro camarote.

El mismo sobresalto y la misma pregunta. "Mantenimiento del hotel, creo que su teléfono no funciona".

Abrimos y entra un operario orondo con patillas.

"Por lo visto ha venido ahora un guiri de esos y os querían avisar por teléfono y... ah, mira, es ese guiri de allí, el pelirrojo amordazado".

El de mantenimiento es un señor tan conformado que entiende en seguida lo del secuestro, se deja atar las manos y promete no molestar.

 

Veinte minutos tarda en volver a escucharse la puerta. Ahora es la recepcionista del hotel, que viene buscando al de mantenimiento, que ha salido hace un buen rato y todavía no ha vuelto.

"A mí, si me podéis atar a una silla... es que tengo la espalda delicada".

La habitación está cada vez más llena y yo sigo sin saber a qué demonios esperamos.

 

 

Las fotografías

El secuestro se va relajando y se transforma en una animada tertulia en inglés. Los tres sicarios se ven acorralados por los razonamientos de la recepcionista, que no comprende cómo se puede ser tan troglodita como para no aceptar la homosexualidad.

Precisamente, el más beligerante de los tres, el que ha alzado la voz para decir que en Qatar no hay gays, termina confesando que lo es y todos dicen unas palabras para reconfortarlo.

Yo observo sin decir nada, satisfecho, aunque, según mis cálculos, todavía queda gente por llamar a la puerta.

Pronto sucede.

"Doctorr Aniceto", se escucha una voz con acento alemán, "necesito contarrle algo muy imporrtante".

Sara, de forma rutinaria, abre la puerta y reduce al recién llegado.

 

Es un señor bajito, con frente amplia y barba cana. Su aspecto me resulta familiar, pero no caigo.

El alemán se muestra más impresionado por la cantidad de gente que hay en la habitación que por el secuestro en sí.

– ¿Alguno de ustedes es Aniceto Marrtínez Silbato? – pregunta.

– Yo – doy un paso al frente.

– Ustedes están buscando a quienes hicierron aquellas marrcas, ¿no es verrdad? – miro a Sara, pidiendo autorización para conversar. Ella asiente y se acerca a nosotros con bastante curiosidad.

– ¿Y usted lo sabe? – pregunta la chica.

– Eso es, ¿sabe algo? – añado yo.

 

Llevaba días intentando decírmelo. Utilizó dos señuelos. Él era Rudi Völler y también Jurgen Klinsmann.

– Son los únicos nombrres de futbolistas que me sé – confiesa – y como usted es de ese mundo loco del balompié...

– ¿Y entonces tú cómo te llamas?

– Mi nombre es Lothar. Perro a lo mejorr me reconoce por los mis apellidos. Lothar Jiménez del Oso.

 

Nos explica que su padre tuvo un idilio veraniego con una turista teutona.

Su padre era una estrella de la televisión y su madre una jovencita impresionable. El resultado fue él.

Explico a la concurrencia en dos idiomas que el Dr. Jiménez del Oso era una eminencia en temas de misterio y parapsicología.

– ¿Como Iker Jiménez? – pregunta la recepcionista.

– Exacto – se adelanta a contestar Lothar – Hay muchos estudios estudiosos que demuestrran que el 89% de los que se apellidan Jiménez tienen tenerr poderres.

 

Trato de reconducir el tema. ¿Quién ha hecho esas marcas?

Me pide que saque unas fotos de su riñonera. En una de ellas está escrito con rotulador rojo: "Perú". Aparecen marcas idénticas a las encontradas en Jor y en Tardienta.

En la siguiente foto, lo mismo. Esta vez en un campo de cultivo de Tanzania.

– ¿Y eso qué significa? – pregunto.

– Alienígenas – responde rápido el hispano-alemán. – Extrraterrrestrres. hombrres de las estrrellas, marrcianitos verrdes... llámelo como quierra.

– ¡No puede ser! – grita la recepcionista – ¡Vamos a morir todos!

 

Sara corta el histerismo general a base de bofetadas con la mano abierta.

– Hay que difundirrlo lo antes posible; no hay tiempo que perrderr – insiste Lothar Jiménez del Oso con su voz ronca e inquietante.

– Es una teoría francamente interesante – tercia nuestra secuestradora – pero no podemos hacer nada de momento. Sólo quedarnos aquí y esperar.

 

Miro las fotografías con detalle. Hay dibujos e inscripciones que parecen muy muy antiguas. ¿Puede tener algo de razón este chiflado o es todo una paja mental?

¡Toc!¡toc! La puerta otra vez. No dejan pensar en paz.

¿Será por fin ese Godot al que estamos esperando? Por lo visto, no.

"Abran ahora mismo, ¡Guardia Civil!" Lo que nos faltaba.

La maniobra, no por repetitiva, deja de ser fascinante. Los dos guardias, atados, resultan bastante faltones y llegan a inventarse palabrotas terribles.

– Agentes, no me sean infantiles, que de momento el secuestro está siendo muy tranquilo y civilizado - intento que comprendan que son los últimos en llegar y no pueden pretender acaparar toda la atención.

– ¡Eh! – dice uno de ellos – ¿tú no eres la chica desnuda que detuvimos hace unos meses y se escapó por arte de magia?

Observo con atención la reacción de Sara. Ella no se inmuta. Nos mira a todos (a mí mucho más) y nos desvela que está a punto de pasar algo importante.

Coloca a los atados mirando a la tele. Luego nos acomoda a los demás y enciende el receptor.

 

 

El incidente Q

Ruge la multitud. La realización en directo nos muestra un abarrotado estadio Al Bayt, engalanado como nunca con farolillos y espumillón.

Va a empezar la ceremonia de inauguración de la Copa del Mundo de fútbol.

Pasan los minutos y uno de los guardias civiles se queja: "joder, vaya bodrio". Está actuando Ahmed Abdul, el Elton John qatarí, mientras ondean las banderas de los países participantes.

El locutor insiste en que es un canto a la paz y a la concordia de las naciones, pero el consenso general entre los que compartimos habitación es que han empezado guerras por mucho menos.

Un plano medio nos enseña el palco de autoridades, donde veo al emir Tamim bin Hamad Al Thani y a sus esposas.

Luego enfocan al “emírito” qatarí, pero Mozah no está.

Sí distingo a Infantino, el capo de la F.I.F.A., a Platini, a Pelé, a Pep Guardiola, a Mario Alberto Kempes, y a una retahíla incontable de exjugadores, reyes, presidentes, primeros ministros y también segundos ministros.

Las inauguraciones de los mundiales nunca son grandes espectáculos como las de los Juegos Olímpicos, sin embargo, cuando el balón del Ecuador - Qatar empiece a rodar, los ojos del mundo se posarán en Jor, el epicentro del planeta fútbol, como dicen los cursis.

 

Ya están los jugadores en el campo.

Suenan los primeros compases del himno nacional de Ecuador.

En la habitación, nadie quiere perderse un detalle.

Cuando los jugadores cantan los célebres versos del himno ecuatoriano:

"Los primeros, los hijos del suelo

que, soberbio, el Pichincha decora,

te aclamaron por siempre señora"

la megafonía empieza a fallar, y la música distorsionada se apaga.

Se escucha el murmullo del estadio que acaba transformándose en griterío. El realizador busca cámara a cámara el motivo que origina tal emoción, hasta que identifica algo en el cielo. ¿Puede ser?

 

– Un ogni – dice el encargado de mantenimiento.

– Se dice ovni – corrige la recepcionista.

– No. Sería un O.V.N.I. si fuera un objeto volante no identificado. Y este está perfectamente identificado – aclara Lothar Jiménez del Oso. – Es una nave espacial.

 

La nave no es como la ciencia ficción había previsto. No es circular. No es elegante. Es como un enorme autobús inestable que inicia una titubeante maniobra de aterrizaje en la que se clava en el césped del estadio y se arrastra en un largo frenazo. Tiene once luces débiles en la parte delantera. No hay duda de que "eso" fue lo que aterrizó también en Tardienta.

Asistimos con la boca abierta a la apertura de las compuertas.

 

 

Rapapolvo

Se despliega una escalera. El mundo entero contiene la respiración.

Lo que baja se parece más a un catálogo de moda que a un encuentro en la tercera fase. Son mujeres bellísimas. Creo reconocer a alguna; versiones mejoradas de Gisele Bundchen, Beyoncé, Scarlett Johansson, Sui He, Jessica Alba, Sofía Vergara o Norma Duval.

La cámara se recrea en ellas. El realizador y un amplio porcentaje de los hombres adultos de la Tierra no perdemos detalle. Es hipnótico.

 

De repente, se produce un chasquido en mi cerebro y giro la cabeza buscando a Sara. Me guiña un ojo.

– ¡Tú! – me sobresalto. – ¡Tú!

Se encoge de hombros y señala la pantalla.

La Gisele Bundchen photoshopeada, con un arrebatador traje asimétrico negro de la firma Dior, da un paso al frente para decir algo.

Es un momento histórico, pero yo sólo puedo pensar en mí mismo, en mis sentimientos por Sara y en lo extraño que es todo.

Empieza un speech en inglés que repetirá inmediatamente en todos y cada uno de los idiomas de la Tierra.

 

"Estimados terrícolas, llevamos siglos observando cada uno de vuestros pasos adelante. Nos fascina vuestra evolución tecnológica y artística. Habéis creado las pirámides (ejem), la Novena Sinfonía, los trasplantes, el submarino, el Exin basket. Tenéis un extraordinario potencial. Pero..."

Qué mal suena ese “pero”.

 

"Hemos decidido presentarnos ante el mundo en este escenario, bajo esta forma concreta, porque estamos muy decepcionados con algunos comportamientos que siguen sin solucionarse por muchas décadas y muchos siglos que pasen.

Venimos a leeros la cartilla, machos de la especie.

Venimos a deciros que así no se puede continuar.

A deciros que debería daros vergüenza.

Es un ultraje continuo y no lo vamos a consentir. Esto es un mensaje de advertencia y un castigo selectivo. Empezamos".

 

Todos los hombres de la habitación del hotel-cueva tragamos saliva.

 

"Problema número 1: violencia contra la mujer, tanto física como moral. Ya vale de desprecio y de abuso. ¡Aviso!: estáis avisados".

Apunta una especie de aspirador galáctico y, ¡¡fiiiunng!!, desintegra al Emir de Qatar.

Tímida ovación.

 

"Problema número 2: Hombres heterosexuales que se hacen de rogar a la hora de practicar el cunnilingus. Esto no tiene un pase. ¡Aviso!: estáis avisados".

Conecta su aspirador de la muerta y, ¡zas!, desintegra a Pelé.

Murmullos de estupor en el estadio.

 

"Problema número 3..."

Desgrana un manifiesto de 8 puntos y 8 víctimas que termina con una regañina planetaria.

"Que no os lo tenga que decir más veces ¿eh? Hartas nos tenéis".

 

En el estadio qatarí hay caras compungidas. En nuestra habitación, uno de los guardias civiles y dos de los sicarios hacen pucheros. La recepcionista aplaude sus manos atadas a la espalda.

Las extraterrestres se montan en su nave y salen volando, no sin antes hacerle una abolladura al guardabarros de la nave contra una portería.

Siento que a los hombres de la Tierra nos ha caído un rapapolvo merecido (en términos generales).



Qatarsis

Los jardineros se afanan en arreglar el maltrecho césped para que pueda jugarse el partido, dirigidos por Nasser Al-Khayata, que ante la conmoción y el vacío de poder ha asumido la responsabilidad.

Pero ninguno de nosotros presta ahora su atención a la retransmisión. Todos miramos a Sara con cara de ¿y ahora qué hacemos?

Ella, siempre digna y resuelta, destruye las armas antes de liberar a los atados y hace mutis por el foro.

 

Salgo tras ella. La quiero. Qué más da que sea una alienígena. Nadie es perfecto.

El impacto televisivo ha sido tan fuerte que ninguno de los hombres que fuman asomados a la ventana, con la mirada perdida, se percata de que una mujer hermosísima se ha quitado toda la ropa y corre desnuda por el pueblo, en esa gélida noche de noviembre, mientras un trapecista enamorado la persigue.

Llegamos al campo de fútbol.

La luna menguante baña su belleza creciente y yo le suplico que me explique, que me abrace, ay, que se quede.

 

La misma nave inestable, el mismo aterrizaje roturador y mi dulce Sara está a punto de embarcarse en un viaje hacia otra galaxia.

No sé, a veces las relaciones a distancia funcionan...

Le pido el email. Ella cree que es mejor dejar las cosas como están.

"Tal vez el azar nos vuelva a juntar", dice. "No eres tú, soy yo", continúa.

Le pregunto si ha sentido algo por mí. Me responde que soy majo y que el sexo humano le ha parecido entretenido y muy variado.

La aeronave espera en punto muerto.

 

– ¿Este es tu aspecto real? – pregunto.

– No – aclara – me puse guapa para ti.

– Quiero verte

– No quieres. Estoy horrible.

– Hazlo por mí. Tu alma es lo que me enamoró.

– Vale – dice y se sonroja.

 

Se quita la falsa piel y veo sus escamas, sus once ojos y su chepa. En peores plazas hemos toreado.

Quiero decir “te quiero” y en mitad de la frase cierra mi boca con uno de sus tentáculos. Umm. Sabe a oraldine.

Entra a la nave espacial.

Desaparece en la noche estrellada.

Caigo de rodillas. Grito “¡¡Nooooooooo!!”

Como un eco, surge de las casas cercanas un grito de “¡Goooooool!”

Ha marcado la selección de Ecuador. Comprendo que el resto del mundo permanece ajeno a mi drama personal.

Saco un pañuelo. Sueno mi nariz.

Me recompongo.

Yo ya cenaría, la verdad.

 

 

FIN